El apego es una necesidad básica para los seres humanos. El psiquiatra británico John Bowlby fue el primero en estudiar este poderoso vínculo.
Desde el instante en que llegan al mundo, los bebés están listos para comunicarnos sus necesidades. A medida que aprendemos y reconocemos lo que necesitan y nos encargamos de proporcionárselo, les vamos enseñando muchas cosas sobre el mundo que les rodea. Está demostrado que los niños que reciben buenos cuidados durante el primer año de vida desarrollan mejores aptitudes para controlar el estrés, forman relaciones más saludables, van mejor en sus estudios y tienen más autoestima. En términos generales, tienen más posibilidades de disfrutar de una vida equilibrada y sentirse realizados.
La teoría del apego nació hace ya un siglo, para explicar las diferencias individuales (también llamadas estilos de apego) respecto a cómo la gente piensa, se siente y se comporta en la relaciones interpersonales.
John Bowlby pensó que el apego se inicia en la infancia y continúa a lo largo de la vida y afirma que existen sistemas de control del comportamiento que son innatos y que son necesarios para la supervivencia. Desde muy pequeños, los niños poseen un comportamiento innato que les lleva a querer explorar cosas nuevas, pero cuando se sienten en peligro o asustados, su primera reacción es buscar la protección y seguridad de su figura de referencia.
Siendo el apego la manera que tiene una persona de vincularse con otra, el primer vínculo que se forma durante la vida de un ser humano es el del bebé con la persona que lo cuida y alimenta (generalmente la madre). Esta figura de apego establece una relación única con el bebé, que le otorga cuidado, seguridad, protección y confianza.
La forma que tenga la madre de formar el vínculo con su hijo repercute en toda la vida posterior del niño, que va a adoptar determinadas imágenes mentales según haya sido su figura de referencia, para más adelante actuar conforme lo asimilado.
Pero ese vínculo no existe solo entre el recién nacido y su madre, sino que de algún modo nos influirá de por vida en el resto de las relaciones que establezcamos, primero con nuestros progenitores, después con nuestra pareja, con nuestros hijos y amigos. A medida que crecemos vamos formando nuevos vínculos, consolidando otros muchos y perdiendo alguna relación afectiva. De ahí la importancia de desarrollar un apego seguro, basado en sentimientos de confianza y protección.
Durante la infancia, ese vínculo fomenta el desarrollo psicomotor del niño y el aprendizaje. En la adolescencia, la maduración de la autoestima y la conciencia del propio yo, unido al crecimiento exponencial de la personalidad. En esta etapa el individuo sufre unos cambios muy importantes y decisivos que le ayudarán a enfrentarse a futuros problemas y a forjarse una personalidad propia. Estos cambios van ligados a la figura de apego: El vínculo afectivo se desplaza de la madre al grupo de iguales; es ahora una relación simétrica no jerárquica en la que las dos partes están implicadas en el funcionamiento del vínculo, es recíproca.
Todas estas relaciones son de vital importancia humana, no solo para el potencial desarrollo personal, sino porque su alteración repercute de forma global en el comportamiento posterior de la persona. La inseguridad, la falta de autoestima y de confianza en si mismos son ejemplos de posibles alteraciones del vínculo que implican una visión de la persona mucho más en profundidad para llegar a comprender el porqué de esos sentimientos y conseguir hacerlos frente.
Cabe también hacer hincapié en la fragmentación de esos vínculos. La pérdida de contacto y proximidad tras establecer esos lazos genera un periodo de desasosiego antes de recuperarse de esa pérdida, lo que se conoce como duelo.
Tipos de apego.
Mary Ainsworth diseñó una situación experimental, la técnica llamada “Situación del extraño”, consistente en episodios de interacciones y separaciones del niño con su madre y con extraños. Introducía a la madre y el niño en una habitación de juego en la que se incorpora una desconocida. Mary Ainsworth observó que los niños exploraban y jugaban más en presencia de su madre y que esta conducta disminuía cuando entraba la desconocida, y sobre todo cuando salía la madre. A partir, de estos datos, quedaba claro que el niño utiliza a la madre como una base segura para la exploración, y que la percepción de cualquier amenaza activaba las conductas de apego y hacia desaparecer las conductas exploratorias.
Ainsworth encontró claras diferencias individuales en el comportamiento de los niños en esta situación. Estas diferencias le permitieron describir tres patrones conductuales que eran representativos de los distintos tipos de apego.
· El tipo de apego seguro.
Se caracteriza porque el niño busca la protección y la seguridad de la madre y recibe cuidado constante. La madre suele ser una persona cariñosa y se muestra afectiva constantemente, lo que permite que el niño desarrolle un concepto de sí mismo y de los demás positivos. En el futuro, estas personas tienden a ser cálidas, estables y con relaciones interpersonales satisfactorias.
· El tipo de apego evitativo.
Los niños que han tenido cuidadores que mantenían con ellos una relación combinada de angustia, rechazo, lejanía o falta de atención, suelen desarrollar este tipo de apego.
Es contraproducente para el desarrollo del niño, puesto que no le ayuda a adquirir el sentimiento de confianza hacia sí mismo que necesitara posteriormente en su vida. Por tanto los niños se sienten inseguros y desplazados por las experiencias de abandono en el pasado.
De adultos son personas que suelen aislarse porque no se sienten cómodos en la intimidad con otras personas, por lo que son muy independientes. Se ven a si mismos como autosuficientes y sin necesidad de relaciones cercanas. Suelen suprimir sus sentimientos.
· El apego ansioso ambivalente.
Este tipo de niños apenas exploran el entorno en presencia de su madre o cuidador ya que están constantemente pendientes de donde se encuentra. Cuando la madre se ausenta, la reacción de ansiedad es muy alta, pero en cambio, cuando esta vuelve, el comportamiento del niño es ambivalente. Busca su proximidad, pero cuando lo consigue, lo rechaza. Este tipo de vínculo es fruto de madres con comportamientos poco estables, ya que en ocasiones se muestran sensibles y cálidas, pero en otras insensibles, lo que genera una gran inseguridad en el niño.
En general esta inestabilidad en la relación de la madre hacia el hijo, es generada por algún problema emocional que suele desembocar en una relación de dependencia extrema madre-hijo y viceversa.
En la edad adulta, son personas que suelen buscar de manera constante la aprobación de los demás y la respuesta continua de la pareja. Por tanto son individuos dependientes, desconfiados y tienen una visión poco positiva de si mismos y de sus relaciones interpersonales. Presentan niveles altos de expresión emocional e impulsividad
A estas tres categorías se les ha añadido más reciente (Main y Salomon, 1986) una cuarta:
· El apego ansioso desorganizado.
Puede considerarse una mezcla entre los dos últimos tipos de apego y es el más complicado.
Generalmente se suele observar en entornos en que las figuras de apego son a la vez positivas y negativas. El niño presenta comportamientos contradictorios e inadecuados, tienen tendencia a las conductas explosivas, desorganizadas y/o desorientadas en presencia de la madre, sugiriendo un colapso temporal de las estrategias conductuales.
Buscan evitar la intimidad, pero no han encontrado una forma de gestionar las emociones que esto les provoca, por lo que se genera un desbordamiento emocional de carácter negativo que impide la expresión de las emociones positivas.
Es típico que pequeñas víctimas de maltrato o negligencia, que poseen unos sentimientos ambivalentes de necesidad de apego pero también de temor simultáneos.
En la edad adulta, se muestran como personas con mucha frustración e ira contenidas, sienten que nadie les quiere y por tanto rechazan las relaciones; a veces tienen sentimientos contradictorios en esas relaciones. Suelen verse a si mismos con poco valor y desconfían de los demás y tienden a suprimir sus emociones.
Así pues podemos ver como queda claro tal y como han demostrado muchos investigadores, la actitud de los padres hacia sus hijos va a ser determinante para que sus hijos se desarrollen correctamente. Por tanto los padres deben ser cuidadosos a la hora de tratar a sus hijos y deben de tener paciencia para que crezcan sanos y con una fuerte personalidad con la que hacer frente a las situaciones que puedan presentarse en el futuro.
Es importante que los padres traten de:
· Entender las señales de los niños y su forma de comunicarse.
· Crear una base de seguridad y confianza.
· Responder a sus necesidades.
· Abrazarlo, acariciarlo, mostrando cariño y jugar con él.
· Cuidar su propio bienestar emocional y físico, puesto que repercutirá en el comportamiento hacia su hijo.
“SOLO QUIÉN SABE CUIDAR LO AJENO PUEDE POSEER LO PROPIO”
George Ivánovich Gurdjíeff
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Enhorabuena